Habría elecciones en la selva y, como siempre, el león estaba seguro de su triunfo. “Soy el único capacitado para gobernar” decía una y otra vez en su campaña. La zorra, por su parte, confiaba en la astucia que le caracterizaba para vencer a su máximo adversario. Había un tercer candidato: el jabalí. No tenía la fuerza del león ni la astucia de la zorra, pero era experto en jugar sucio.
Los agravios no se hicieron esperar durante la campaña. Frases como: “El león no es como lo pintan”, “La zorra no se ve su propia cola”, “A cada cerdo le llega su San Martín”, etc.
Después de haberse aventado hasta con los cocos y la cocotera, llegó el gran día.
Algunos chimpancés llegaron haciendo escándalo a la casilla y gritaban en apoyo su candidato de siempre: el león. Un grupo de tigres de bengala puso orden y todo regresó a la normalidad.
El resto de la jornada transcurrió sin incidentes notables. Lo mismo de siempre: pericos gritando incoherencias, borregos que hicieron notar su vieja ideología y ciervos tranquilos emitiendo su voto sin ninguna emoción, pues, por más que lo razonaron, no existían muchas opciones.
El resultado de las elecciones fue sorprendente: la zorra se alzó con el triunfo, mientras el león rugía de coraje y el jabalí se quedaba callado por el momento, ya que ni por asomo le alcanzarían los votos, aunque impugnara el resultado.
La zorra anunció feliz que era la vencedora y su promesa era terminar con las mañas que el león siempre había usado durante su gobierno.
Llegó el día en que la zorra tomó el cargo y la mitad de la selva estuvo festejando por varios días. El río iba a ser para todos, no nada más de los aduladores. La selva estaba en malas condiciones, pero con la ayuda de todos era posible pensar en un “Nuevo florecer”.
La administración del león había tenido demasiadas serpientes y en cualquier oportunidad arrojaban su veneno cargado de resentimiento. No les importaba el bienestar de la selva, tampoco el beneficio de la comunidad, sino sus propios intereses. Había un perezoso que nunca dejó de protestar y exigir que se anularan las elecciones, pues aseguraba que hubo muchas irregularidades. Una y otra vez, con su desesperante paciencia, se dirigía a todos los animales con un discurso aburrido y sin ningún fundamento.
El floreado gobierno inició y la zorra lucía radiante, pero había muchos animales inconformes, siempre aprovechando cualquier descuido para esparcir rumores. Alguien dijo que la zorra acostumbraba ausentarse por las noches y aseguró que iba a cazar en territorios que no le correspondían. Mientras tanto, la violencia reinaba en la selva. Las hienas estaban implacables y todos los habitantes vivían con miedo.
El león, mientras tanto, era feliz con tantos chismes. Se regocijaba tantos que se relamía los bigotes al pensar que muy pronto iba a recuperar el poder.
– Yo sí sé gobernar – dijo convencido – Seguiré esparciendo rumores y esa zorra caerá hasta el suelo. Nadie más que yo tiene la capacidad para hacer que esta selva funcione. Mis leales seguidores saben que nada les faltará, aunque vengan épocas de sequía y me van a ayudar a derribarla.
La zorra también reflexionaba:
–Todo está en mi contra, pero no desistiré. Voy a limpiar esta selva y no quedará vivo ni un solo león. Ese animal debe extinguirse por completo, pues no me es posible concluir ningún proyecto sin que rujan enfadados. Tal vez queden algunos buenos, pero hay que acabar de raíz con el problema. Los leones ya no caben en mi selva.
El jabalí, por su parte, rodeado de un gran festín, pensaba en el día en que el poder fuera suyo.
–Ah, ¡qué banquetes me daré! – pensaba ilusionado. Muy pronto, esta selva será mía. Algunos incautos caen con mis grandes discursos y además están decepcionados de la zorra y el león. Me espera una gran vida, solamente debo tener paciencia.
La vida siguió su curso…